miércoles, 23 de febrero de 2011

Despedida de casada


Aunque  de un tiempo a esta parte los casados que conozco llevan 2 ó 3 matrimonios  a cuestas, la noticia de que Feña, mi ex marido se case de nuevo, era tan lógica como sorpresiva. Una especie de leve (si, leve) puñetazo en el estómago. Y si bien  ya estábamos divorciados hace rato y definitivamente verlo y escucharlo no me mueve ni un músculo, nuestra historia fue impulsiva, fulminante,  apasionada, comprometida, y obviamente pletórica de amor. Es por eso que me afecta. Es duro ver a tu ex ser feliz con otra. Es duro que en el recuento mental de mi vida siga retumbando la palabra “fracaso”. Pero más duro es sentir que después de ser tanto, ahora ya no somos nada.

Mirando para atrás creo que me empeciné en ser lo que no era y en forzar lo que no sería. El matemático, yo humanista; el deportista, yo tecnológica; el amante de la vida al aire libre, yo 100% urbana; él gozador de los placeres culinarios, yo siempre a dieta. Pero nos complementamos. Es verdad, sólo fue por un tiempo, pero que fue bueno, una especie de primavera que se terminó el día que decidí viajar, conocer el mundo, hablar otros idiomas, practicar otros lenguajes (mmm…) y convertirme en una “pecadora sin remedio”, como me decía la madre Ana Luisa, la monja más odiosa de mi colegio de niñas.

Sin duda a veces extraño su gigante ramo de flores cada inicio de año, su mano cariñosa en mi rodilla diciéndome que “todo saldrá bien”, su té verde con dos de azúcar cada vez que la pega se me amontonaba por kilos y sus Toblerone debajo de mi almohada. Sí, extraño eso. Y las vacaciones juntos, y el cine a medianoche y los chistes y las risas y el olor a naranja en esa habitación clara. Uff! Extraño muchas cosas. Pero curiosamente, no lo extraño a él.

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