miércoles, 23 de febrero de 2011

Amor en tiempos de Facebook


Debo reconocer que relacionarse con gente por internet tiene una ventaja, un punto a favor algo romántico, aunque suene contradictorio tratándose de la red. Hablar y conocerse sin mirar, permite ver a las personas, sin caras, fachas, poses. Te concede el poder de entrar en el alma de  alguien (si ese alguien te lo permite) sin importar que -cuando ya sientes que te interesada más de que te atreves a reconocer- sea en verdad el gordito de la esquina que en otras circunstancias ni habrías mirado. Y tener nuevas miradas, en todo sentido de la palabra, es esperanzador. Me consta. Aunque en el intento una se pueda pegar varios tortazos en la cara.

Mis incursiones por las cibercitas comenzaron cuando mi nueva jefa (una perra intratable, ya les contaré) se fue apoderando de todo a mi alrededor -incluyendo mi bello tazón que decía "Nerd"- y fue eliminando una a una a mis más cercanas, para "eliminar la distracciones". Uno de mis principales impulsos, que era mi pega, se fue convirtiendo en una lata. De a poco se me fue liberando de obligaciones, hasta quedar en calidad de maniquí detrás de un escritorio con vista a la oxidada techumbre del frente. Eso es acoso laboral, no?

Con poca pega y menos motivación, mi trabajo se transformó en sinónimo de 8 horas libres al día, las que decidí aprovechar probando suerte on line. Si tanta gente decía haber encontrado al amor de su vida en internet, al menos yo podría encontrar un amigo, pensé.

Me saqué una buena  foto (con ojeras photoshopeadas, obvio), me armé un  estupendo perfil de soltera-profesional-independiente-liberada y me lancé a la conquista de quienes el sistema me arrojaba como “compatibles”. Descartando de plano a quienes de una me producían mala impresión y a aquellos con foto tamaño hormiga, que sólo destacaba el paisaje de su veintiúnico viaje a Playa del Carmen, pronto me comencé a codear con una lista larga de galanes que me trataban como si me hubiesen conocido de toda la vida. Al poco tiempo mi teléfono sonaba muchas veces al día, mi mail siempre estaba lleno y los mensajes de texto a mi celular eran más de los que mi escuálido saldo de pre pago podía responder.

Toda esta red virtual de corazones solitarios funcionaba, acompañaba, entretenía. Pero algo faltaba. Faltaba Facebook.

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